Coedición, esa gran desconocida

Hace poco recibí un email de una editorial que, aparte de edición tradicional, ofrece la posibilidad de coedición, lo cual me ha llevado a escribir esta pequeña reflexión sobre dicha modalidad de edición. No voy a nombrar a la editorial en cuestión, ya que esta gente sí va de cara con sus autores y les deja claro lo que hay. Además, llevan poco tiempo en esto y no tengo intención de perjudicarles, lo cual no es el objetivo del presente artículo.

La coedición, prima hermana de la autoedición, te la suelen vender de varias formas, unas más sinceras que otras. Conocidas son editoriales como Entrelíneas, de la que ya hablé largo y tendido en su momento, o Atlantis. Ambas son del tipo de editorial que no te dice nada sobre la coedición prácticamente hasta el momento de firmar el contrato y, en el caso de la primera, ha habido incluso casos en los que han amenzado a los autores que se han negado a firmar, alegando que no les conviene hablar del contrato que les han ofrecido, por el desprestigio que les supondría. Van más allá, incluyendo en su web un decálogo sobre lo que debe ser una buena editorial, que advierte a los autores de editoriales como ellos mismos, pero eso ya es harina de otro costal.

En ocasiones anteriores, y en foros como el de bibliotecasvirtuales.com, he reiterado que no estoy totalmente en contra de la coedición, siempre que el autor sea consciente de dónde se está metiendo y el editor le deje claro que le «publica» porque le paga, no porque vaya a ser el nuevo best-seller del año, aunque este caso es más raro que ver volar a un burro. Muchos autores, unos por desconocimiento y otros por estar ya desesperados después de haber enviado su amado manuscrito a las «grandes»(*) editoriales, para recibir sólo cartas de rechazo, se dejan seducir por los cantos de sirena de estos editores, a los que se les llena la boca con «royalties», beneficios altos, presentaciones y demás zarandajas, aunque en muchos casos no cumplen con lo prometido. A mí mismo me han ofrecido ya en varias ocasiones la coedición (en la mayoría de los casos las propuestas vinieron de gente que ni siquiera había leído un manuscrito mío completo, manda narices), y sólo una vez me la ofrecieron sin tapujos y sin trampa ni cartón. Las palabras de la persona que me hizo la oferta fueron, más o menos, las siguientes: «Ahora eres un escritor desconocido y nosotros una editorial pequeña, por lo que te podría ofrecer una coedición para tu primera novela. Si esa novela tiene suficiente éxito, para posteriores obras ya negociaríamos un contrato de edición tradicional en el que no tuvieras que pagar nada.». A pesar del repelús que me da la coedición, reconozco que esa persona se ganó mi respeto, al menos por su sinceridad. No tengo intención de coeditar, primero porque tengo una hipoteca que pagar y ni ganas ni disponibilidad para desembolsar las burradas de entre 3.000 y 4.000 euros que suelen pedir por ediciones con tiradas ridículas, y segundo, porque sé positivamente (y porque yo mismo lo hago) que gran parte de mis potenciales lectores no me tomarían en serio por haber tenido que pagar para ver mi obra editada. Vale que mi padre, por poner un ejemplo, lee casi cualquier cosa que pasa por sus manos y no sabe qué es la coedición o si lo normal es que te paguen por editar o seas tú quien deba pagar, pero hay mucha gente que sí lo sabe, y cualquier crítica literaria sobre cualquier de mis obras que incluyera una referencia a que hubiera tenido que pagar por publicarla, sería una crítica negativa.

Por otra parte, hay un detalle que me hace una especial gracia: sé que no es lo que ocurre en todos los casos, pero no deja de ser curioso lo mal editados y corregidos que se publican algunos títulos cuyos autores se han acogido a la coedición. Sé, gracias a Maritornes, autora del blog «Corte y corrección», que muchas de estas editoriales de coedición contratan a correctores ortográficos y de estilo para que arreglen los bodrios que algunos autores tratan de coeditar, pero también sé de casos en los que las novelas (sin haber sido autoeditadas) han salido a la calle con todos los fallos que el autor había cometido durante su redacción. ¿Acaso los 3.000 á 4.000 euros abonados, que se supone cubren el 50% de los costes, no dan derecho a un servicio de corrección? Si una editorial «seria», que apuesta por uno sin cobrarle, contrata correctores (a los que, como es lógico, hay que pagar) para que la novela llegue al mercado en las mejores condiciones, ¿cómo se entiende que las que sí te cobran no te den ese servicio?

Sigo pensando que cada uno es libre de hacer lo que quiera con sus textos y de decidir si desea pagar o no, pero sigo pensando también que la autoedición y la coedición pueden suponer grandes errores en la carrera de alguien que realmente desee escribir y que sus obras lleguen a la gente. Si buscas tener en tapa dura aquella colección de poesías que le escribiste a tu novia antes de casaros, me parece perfecto que lo quieras hacer, pero para eso te va a una imprenta directamente, donde te saldrá más barato. Si lo que buscas es publicar y que todo el mundo tenga la oportunidad de acceder a tu obra, piénsate mucho si confías en ella. Si no confías en que tu obra sea suficientemente buena como para ser publicada, pero a pesar de eso, sigues queriendo hacerlo, allá tú con lo que haces con tu dinero. Si, por el contrario, confías en la calidad de tus obras, éstas saldran a relucir más tarde o más temprano, y en elgún lugar habrá una editorial tradicional dispuesta a publicarla y difundirla. Los buenos textos no suelen durar demasiado tiempo en el cajón.

(*) Grandes en tamaño, lo cual no siempre significa grandes en trabajo con el autor o en calidad de edición.

Hoy me sentía creativo

Así es, me he sentido creativo, así que me he puesto a escribir y en un par de horitas (con un descansito para beber una Coca cola, que hace calor) me ha salido este texto. Es una vieja idea que escribí hace unos años y que nunca me convenció, así que he decidido retomarla y ahora me gusta cómo ha quedado. Espero que a vosotros también os guste, y a ver si comentáis/criticáis más los textos, que a veces me quedo con la sensación de que nadie los lee.

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Hades

He tomado por fin la gran decisión. Tranquilidad, no pienso suicidarme, sólo provocar un poco de caos en el mundo.

Quien no me conozca mucho pensará al verme que soy uno de esos “frikis”, obsesionados por las nuevas tecnologías, y la verdad es que no estarían muy mal encaminados. Debo reconocer que no siempre fui así, pero las circunstancias de la vida me hicieron cambiar. Tal vez fuera el trabajo del que me echaron por una cagada que yo no había cometido, la novia que me dejó por un tipo al que siendo generoso sólo podría calificar de “capullo”, o unos padres que murieron por culpa de un borracho que se saltó un semáforo y quedó en libertad sólo porque el policía que le tomó los datos debía de estar más borracho que él y no dio ni una. El caso es que hace ya tiempo que me cansé de todo esto y si este mundo no es para mí, no va a ser para nadie.

Hace unos años, me reía cuando, leyendo en Internet una página acerca de los “frikis”, vi que en su “manifiesto” afirmaban que una de las principales condiciones para ser considerado “friki” es tener el deseo de dominar el mundo. Resultaba bastante divertido, pero poco podía yo imaginar entonces que unos años más tarde, me encontraría frente a un ordenador, convertido en un “friki” más y dispuesto no sólo a dominar el mundo, sino tal vez incluso a mandarlo a hacer puñetas.

Me explicaré: el tema de los “frikis” me llevó a interesarme por la informática, para la que siempre me había considerado bastante negado. Como estaba sin trabajo y pocas eran las perspectivas de conseguir uno nuevo, me dediqué de lleno al estudio de las nuevas tecnologías. En poco tiempo, conseguí superar el miedo inicial al teclado y el ratón y, según palabras de uno de los profesores de la academia en la que me apunté, pasé de negado a “gurú de la programación”. Mis nuevas habilidades me permitieron encontrar un trabajo nuevo con gran rapidez, pero no tardé en aburrirme. Intenté mezclarme con los “frikis”, pero nunca llegaron a aceptarme. Aunque la mayoría de ellos me veían como un superior en cuanto a conocimientos, para ellos jamás dejé de ser un extraño. Me veían como un tipo caprichoso al que de repente le había dado por aprender informática, como también podría haber decidido aprender mecánica o macramé. El trabajo me duró menos que el anterior, concretamente el tiempo que dejé de ser interesante para el resto de compañeros (ya no impresionaba ni a los becarios) más el que tardé en cansarme de no poder desarrollar mis nuevos conocimientos. Mi nuevo gran trabajo consistía en hacer aburridas “aplicaciones de gestión” para aburridos clientes, y en semejante coyuntura no me sentía realizado.

Después de despedirme y salir de la oficina sin mirar atrás, decidí que iba a sentirme realizado como fuera e iba a dejar mi huella en el mundo. Con la ayuda de Google, unos cuantos libros de programación y mi imaginación, en poco tiempo decidí qué iba a hacer: el virus más destructivo de la historia. Tanto tiempo entre ordenadores me había llevado a descubrir lo mucho que dependemos de la informática en el día a día, en un tiempo en el que hasta los frigoríficos se conectan a Internet y hacen la compra por ti. Pasé cerca de un año estudiando a diario cómo acometer la tarea, hasta dar con un pequeño programa capaz de infectar prácticamente cualquier sistema que incorporase un chip susceptible de ser programado. En el caso de los ordenadores, debería ser capaz de quemar los discos duros y en el caso de todos los demás aparatos que no contaran con dicho componente, deberían calentarse hasta quemarse a sí mismos y, con suerte, lo que hubiera alrededor. Además de eso, debería ser el virus de más fácil propagación de la historia, para que hubiera infectado suficientes ordenadores antes de que alguien llegara a detectarlo. Y aunque lo detectaran, debería ser también suficientemente complejo para que ni los más expertos (todos peores que yo, seguro) fueran capaces de descubrir su funcionamiento.

Por fin tengo delante el fruto de mi esfuerzo. He decidido llamarlo “Osito de peluche” para que nadie pueda sospechar de su verdadera naturaleza, aunque escondido muy en el fondo del código he incluido su verdadero nombre, Hades, como homenaje al dios de los muertos de la antigüedad. De momento, he hecho pruebas en mi cuarto, con un grupo de diez ordenadores de segunda mano que compre en eBay, por lo que no lloré cuando se frieron sin remedio. Tuve el mayor cuidado posible (aunque parezca absurdo) para que no saliera de mi pequeño entorno controlado, y dejé que el mundo viviera unos pocos días más. En cuanto propague el virus y éste se encargue de reducir a polvo todo sistema informático, quiero hacerlo siendo consciente de todo y de la destrucción que voy a provocar. Ahora mismo, estoy a punto de hacerlo. Sólo tengo que introducir la clave, formada por seis números que sólo yo conozco, pinchar en el icono del programa del virus y, en menos de un día, el mundo estará sumido en el caos. En un principio, pensé en dejar dos o tres ordenadores intactos, todos míos, y en el futuro venderlos como piezas de museo a algún “friki” con mono de máquina y dispuesto a pagar millones por ellos, pero también pensé que sería mejor dejarlo estar, para no despertar sospechas y porque tal vez sería aburrido ser el único informático del mundo con un ordenador con el que trabajar. Lo más divertido será ver y sentir el caos, aunque afecte también a mis pobres ordenadores. Tengo unas tremendas ganas de ver la cara del tipo de las noticias cuando tenga que darlas sin ordenadores, sin “teleprompter” y con una cara de sorpresa que le llegue al suelo.

Ha llegado el momento, empecemos la cuenta atrás:

Diez…

Nueve…

Ocho…

Siete…

Seis…

Cinco…

Cuatro…

Tres…

Dos…

Uno…

Mierda.

Mi mundo y mi caos se han vuelto de color azul, como mi pantalla. Windows ha efectuado una operación no válida y se va a apagar. Tengo el virus más destructivo del mundo y Windows efectúa una operación no válida.

Estoy demasiado cansado, me voy a la cama. Ya destruiré el mundo mañana.

FIN