Sorpresas te da la vida

Buenas noches a todos.

Cuando uno cree que lo ha visto todo en el mundo literario y, concretamente, en el mundo de las cartas o mensajes de rechazo, alguien aparece con algo nuevo y sorprendente.

Hace un mes, tal y como ya comenté en su día, envié varias de mis obras a diversas editoriales y agencias literarias. Una de ellas fue a parar a una editorial pequeña (pero bastante activa) que se dedica principalmente a la novela fantástica y de ciencia ficción. La semana pasada (si la memoria de no me falla, el jueves) recibí un email de la editorial en cuestión, rechazando mi manuscrito, por dos razones.

Si alguna vez he sospechado que en alguna editorial han podido ignorar mis manuscritos sin realmente leerlos, esta vez estoy bastante seguro.

La novela en cuestión es de intriga y contiene ciertas pinceladas de novela fantástica. Una de las razones, la primera, que aducen para rechazarla, es que pasa del humor a la intriga sin llegar a decantarse por uno de ellos. No recuerdo haber escrito una novela humorística, aunque he de reconocer que éste es un dato subjetivo. Lo que a alguien le resulta gracioso, a otro puede no resultarle igualmente gracioso y viceversa, así que cuando lo leí me quedé con la mosca detrás de la oreja, aunque decidí darles el beneficio de la duda. Seguí leyendo, y me encontré con la segunda razón, la que me indica que no lo han leído: comentan, literalmente, que «la primera persona no es la mejor para narrar la historia». ¿Qué problema tengo con ese razonamiento? Simple y llanamente, que mi novela está narrada, desde la primera a la última letra, en tercera persona. Alguien que la haya leído no puede dejar pasar ese dato por alto, es un desliz demasiado garrafal.

Inmediatamente, envié un mensaje a la persona de la editorial que se había puesto en contacto conmigo, pidiendo educadamente explicaciones de lo sucedido. Quería (y en cierto modo, aún quiero) creer que todo ha sido un malentendido y puede explicarse. Por ejemplo, es perfectamente factible que alguien haya equivocado los informes de lectura de dos novelas distintas y me hayan enviado a mí un mensaje destinado a otra persona, pero han pasado ya cinco días y todavía nadie se ha dignado a decirme nada. La explicación no puede ser compleja, y si no les intereso y no tenían intención de leer mi manuscrito, bien podían habérmelo dicho sin rodeos y sin mensajes como el que he recibido.

Desde este espacio quiero reivindicar que considero que toda persona que haya dedicado parte de su tiempo libre a escribir una novela, merece un trato digno, aunque sea sólo para que le digan «Lo siento, en estos momentos, no nos interesa leer manuscritos». En mi caso, considero que es más sangrante, ya que para rechazar mi novela, han esgrimido argumentos que no se corresponden con lo que he escrito, cosa que creo una falta de respeto.

En el pasado, he escrito artículos como éste sin citar nombres, lo cual debo reconocer que me ha ganado alguna que otra crítica, tal vez porque alguien pudiera considerar que la falta de nombres propios indica que lo que contaba era mentira. Pues bien, no pienso revelar el nombre de la editorial, al menos de momento, y voy a exponer la razón: dicha editorial me fue recomendada por una persona, escritor de ciencia ficción, que ya publicó hace un tiempo con ellos, con cierto éxito, además de tener previsto volver a hacerlo en breve. Considero que hacer en estos momentos mención del nombre de la editorial sólo podría perjudicar a dicha persona (además de a otros buenos escritores de este país), por lo que espero que todo el mundo comprenda o por lo menos respete mi decisión. Por otra parte, aún conservo la esperanza de recibir una respuesta aclaratoria.

No me importa si, a pesar de todo, rechazan mi manuscrito, sólo quiero que en caso de que lo hagan, sea por las razones adecuadas y porque de verdad lo han leído.

Adiós a todos.

¿Qué es realmente ser escritor?

Leyendo el blog de mi nueva «amiga» Maritornes (espero que no estar tomándome demasiadas libertades con lo de «amiga») en http://corteycorreccion.blogspot.com/, se me ha ocurrido incidir en el tema de la coedición y, por cercanía, en la cantidad de personas que hay por estos mundos que se consideran «escritores», sólo por saber juntar palabras con más o menos significado.

Más de uno y más de dos se estarán rasgando las vestiduras en estos momentos, pensando cómo puede ser que mi menda, un «escritor» que, salvo este blog y algunos relatos online, no tiene nada tangible (osea, en papel) publicado, pueda permitirse el lujo de criticar a otros en parecida situación, pero es que algunos ejemplos claman al cielo.

Las editoriales de coedición y/o autoedición están siempre desbordadas de trabajo, y en muchos casos, se debe a la gran cantidad de personas que se consideran escritores. Yo me pregunto: ¿qué es ser escritor? ¿Llenar hojas con palabras? ¿Saber juntar palabras en frases coherentes? ¿Contar historias interesantes o simplemente divertidas? ¿Tener algo que contar y plasmarlo por escrito? La respuesta a todas las preguntas, creo que es la misma: sí y a la vez no.

Considero, en mi inmodestia, que se me ha dotado con cierta habilidad para juntar palabras de una forma más correcta que el común de los mortales, aunque muchos hay y muchos más surgirán en el futuro que me dan mil vueltas. Pero no me considero escritor porque sepa escribir correctamente, que eso lo puede aprender cualquiera, sino porque, además de que me gusta escribir, pero, aún más importante, escribir CORRECTAMENTE, tengo una imaginación que desde pequeño otros han considerado muy activa, lo que me lleva a querer contar historias. El caso es que, si sólo hubiera querido contar historias y no supiera escribir, me hubiera encontrado en la situación de muchos otros, escribiendo auténticas burradas llenas de faltas de ortografía o incongruencias bestiales, sólo por el hecho de contar historias.

Tan mal escritor (al menos de ficción) puede ser el que sabe qué quiere contar pero no tiene ni idea de redactar correctamente, como aquel que, siendo en algunos extremos incluso pedante, escribe con una corrección supina, pero tiene menos imaginación o inventiva que un zapato de tacón. O aquellos cuya única obsesión es llenar y llenar páginas, que sólo sienten que son escritores cuando dicen orgullosos que han escrito una novela de 600 páginas, aunque luego sea más ladrillo por su contenido que por el peso de los folios que han usado para imprimir el manuscrito.

No voy a negar que yo, personalmente, cuento las palabras que he escrito al final del día, aunque se debe más a costumbres adquiridas en el pasado. Hace tiempo que me planteé escribir algo cada día, incluso llegando a marcarme un límite mínimo. A día de hoy, escribir me resulta tan fácil en comparación con cuando empecé, que el número de palabras es meramente anecdótico. Pero en un mundo en el que una editorial me rechazó un manuscrito porque ellos «sólo publican textos de más de 400 páginas», no me extraña que surjan obsesiones por el número de palabras que se escriben o porque escribir sea sólo juntar y juntar palabras. Por cierto, yo no soy un experto en maquetación, pero alguien debería explicarle a la persona de la editorial que me rechazó, que 400 páginas maquetadas no son lo mismo que 400 páginas en A4. Lo gracioso del tema es que el manuscrito que envié era de algo más de 200 páginas en A4 (eso sí, con interlineado doble), medida considerada más o menos estándar. De hecho, si no recuerdo mal, el mínimo que habitualmente exigen en gran cantidad de premios literarios, incluido el denostado Planeta, suele ser de 150 páginas en A4 a espaciado doble.

En conclusión, al menos en lo que a ficción se refiere, no vale todo, aunque uno pague por ello. Todos hemos tenido alguna vez en nuestras manos un libro, sea de un escritor reconocido o un novato, que nos ha dado dolor de ojos y de corazón leer, por lo mal escrito y/o corregido que estaba. Libro que, en muchos casos, sólo ha visto la luz por motivos económicos, bien que alguien haya pagado por él (el propio autor, una fundación muy filantrópica…) o bien que alguien considere que va a ganar mucho con él. Tal vez sea una manía mía, que me lleva a leer al menos una vez más cada artículo que escribo aquí o los que publico en foros en Internet, aunque sea un foro de cocina o de informática, pero escribir es algo más que juntar palabras. Y el que escriba habitualmente y después de terminar una determinada frase, haya tenido esa placentera sensación de haber dado con la metáfora perfecta que arrancará una sonrisa al lector, sabrá a qué me refiero.

Jorge dixit (y Pixit, como decía la Ministra de cultura)

Los «otros» costes del escritor

Hoy he enviado a la agencia literaria que comenté la semana pasada el manuscrito que me pidieron, y justo cuando he salido de la oficina de Correos, me ha venido una pregunta a la mente: ¿por qué nadie se acuerda de los «otros» costes del escitor?

Cuando hablo de costes, en este caso no me refiero a nada profundo o metafísico, sino al significado más «prosaico» de la palabra. Al salir de Correos, me he dado cuenta de que me había gastado nada más y nada menos que doce euros para encuadernar y enviar un simple manuscrito, costes de papel y tinta de impresora aparte.

No es la primera vez que envío un manuscrito, ni creo que vaya a ser la última, pero hasta el momento, no he visto a nadie que después de rechazar un manuscrito, por la razón que sea, me lo haya devuelto, que muchos parecen darse no cuenta de que, aunque parezcan pequeñas cantidades cada vez, al final nos cuesta un buen dinero enviar manuscritos a toda la gente que nos interesa que los lean. Todos esos agentes literarios y editores que se jactan de que antes fueron escritores noveles como nosotros, ¿acaso no enviaron manuscritos en su día dejándose sus pequeñas cantidades de dinero como todos los demás?

Lo peor de todo es que estamos atrapados. El editor, agente o convocante de un premio pide que se le envíen los manuscritos encuadernados, por lo que al menos eso tendremos que hacerlo. Salvo el que trabaja en una oficina donde hay una de esas encuadernadoras de espiral, que pueda usar cuando no le vean, el resto tenemos que acudir a copisterías donde lo hagan, ya que comprar un aparato de esos, a pesar de no ser muy caros, no es rentable. Una encuadernadora, bien sea de espiral, canutillo o térmica, puede costar desde sólo 60 euros hasta salvajadas como 300, pero luego los consumibles (carpetas términas, anillas, canutillos, etc…) sólo te los venden de 100 en 100 y sólo sirven para una determinada cantidad de páginas, con lo que el día que compras 100 carpetas para 200 páginas estás condenado a enviar sólo manuscritos de 200 páginas o comprar 100 carpetas de 100 páginas el día que el manuscrito sea de sólo 100. Como ya decía, condenados a gastar un buen dinero sólo para enviar algo que no sabemos si van a aceptar.

Ni que decir tiene que considero que el hecho de haber pagado 12 euros para encuadernar y enviar un manuscrito deja bien a las claras que confío en sus posibilidades, aunque no es mi opinión la que al final va a contar.

De todos modos, estoy ilusionado. No estoy enviando el manuscrito por probar, sino que esta vez me lo han solicitado expresamente después de leer un resumen. Como he hecho el envío a última hora de la tarde (casi no llego antes del cierre de Correos), supongo que saldrá mañana, así que si voy a recibir algún tipo de acuse de recibo, debería esperarlo con suerte para este viernes y con algo menos de suerte para comienzos de la semana que viene. Cruzaré tantos dedos como pueda.

Hala, ya me he quedado a gusto. Hasta la próxima.

Noticias frescas y una breve disertación

Buenas noches a todos.

No esperaba escribir de nuevo tan pronto, pero es que hoy me he llevado una muy grata sorpresa. Cuando he ido a casa a comer, se me ha ocurrido echar un vistazo a mis emails, y me he topado con uno que parecía ser una respuesta de una agencia literaria, con la que me puse en contacto la semana pasada.

A dicha agencia le había enviado la sinopsis de uno de mis manuscritos. A pesar de todo, la primera impresión ha sido pensar que una semana es quizá muy poco tiempo para una respuesta, por lo que me temía lo peor. Nada más lejos de la realidad. La respuesta ha sido positiva y ahora me solicitan que les envíe, impreso y encuadernado, el manuscrito completo. Como se acerca la Semana Santa, lo dejaré para la semana que viene, pero lo voy a enviar seguro.

Las sensaciones son buenas. De momento, mi contacto con la agencia, cuyo nombre omitiré de momento, a menos que en el futuro firme con ellos, se ha limitado al intercambio de un par de emails, pero debo reconocer que han sido muy amables y solícitos, respondiendo siempre con una presteza que hasta ahora no había visto. Además, representan a algunos autores bastante importantes en la actualidad y tienen buena fama, así que de momento, no hay queja. Dicen que tardarán dos meses en valorar el manuscritos. Ya sólo me quedará esperar y para el vareno sabré si quieren o no representarme.

Al hilo de lo anterior, se me ha ocurrido también, basándome en mi propia experiencia, dedicar unas cuantas líneas a la forma en la que algunas editoriales y agentes tratan a la gente que, con toda su ilusión, les envían su material.

Quien, como yo y otros antes que yo, ha buscado alguna vez editoriales en Internet, se habrá topado con editoriales que en sus webs escriben cosas del estilo de «No se aceptan manuscritos no solicitados y, en caso de recibirlos, no se mantendrá correspondencia con sus autores». Básicamente, advierten que, si les envías un manuscrito, éste irá a la basura y no te dirán que lo han tirado. ¿Sabéis una cosa? Me parece bien. Son editoriales que, o bien sólo trabajan con textos remitidos por agentes literarios o bien sólo se dedican a publicar a autores extranjeros o a las reediciones de clásicos. Con algunos agentes pasa lo mismo, aunque en ese caso, son agentes que tienen una cartera de autores consagrados, de esos que convierten en oro todo lo que tocan, y no necesitan más. Todos estos por lo menos van de frente y son sinceros.

Pero, ¿qué ocurre con todos aquellos que cuando no les interesa lo que envías, simplemente no responden? Muchos ni siquiera avisan de este hecho en sus webs o sus comunicaciones cuando entras en contacto con ellos, con lo que, cuando pasa el plazo previsto para su respuesta, te quedas pensando en qué estará ocurriendo. ¿Serán tres meses justos o tengo que dar un margen de tres meses y medio? ¿Se habrán olvidado de mí? ¿Debo insistirles? ¿Se habrá traspapelado la respuesta o andará perdida en el ciberespacio? Preguntas sin respuesta, que pueden desesperar al más pintado. Ya no es sólo responder, ¿también cuesta tanto dejar las cosas claras a la gente para evitar que perdamos tiempo o nos volvamos locos? Muchos editores y agentes literarios han sdo antes autores en busca de alguien que les publique, y parece que se hayan olvidado de lo mal que se pasa cuando han transcurrido varios meses y nadie te ha respondido.

Bueno, eso es todo. Os mantendré informados sobre cómo evoluciona mi relación con esta agencia. A ver si hay suerte y es para contaros que he firmado un contrato de representación. Eso tampoco me aseguraría la publicación, pero seguro que sería un gran paso en la dirección adecuada.