Vengo de echar un vistazo al primer capítulo de una novela que va a ser publicada por la editorial que mencionaba en mi última entrada, y que me ofreció la coedición sin apenas tiempo de leer mi manuscrito. Y digo «echar un vistazo» porque he sido incapaz de leer el capítulo entero.
Sé que el autor de la novela es un novel ilusionado que por primera vez va a ver una obra suya en las librerías (ojalá), así que nuevamente «olvidaré» mencionar su nombre. Pero no puedo dejar de hablar de la novela que presenta, o por lo menos del primer capítulo que no he logrado terminar de leer.
No he dejado de leer porque la historia no fuera interesante (aunque a decir verdad, en dos o tres páginas no se desarrolla gran historia) sino porque no aguantaba más el pesado ritmo de lectura. Me niego a creer que nadie, antes de mandar el libro a la imprenta, se haya dado cuenta de la cantidad de redundancias que contiene el texto, sin mencionar las frases que hay que leer dos veces para entender o aquellas que tienen las palabras correctas en orden incorrecto. He dejado de leer porque no aguantaba más tener que echar la vista atrás para entender lo que había leído cinco segundos antes y porque, sinceramente, con tanto obstáculo para la lectura la historia ya me daba exactamente igual.
No voy a decir que sea el mejor escritor del mundo (Dios me libre), pero nadie ha dicho al autor que su novela necesita ser corregida. El autor paga, la editorial publica (con una portada, por otro lado, fea con avaricia) y el libro llega a las librerías, un proceso ágil y rápido para que un novel ilusionado vea su gran obra a la venta. Estoy seguro de que nadie ha dedicado más de un día a revisar la novela. Sospecho que no habrán pasado de una simple lectura rápida, habrán visto que no es asquerosamente horrible y se habrán limitado a enviar al autor la carta tipo (os aseguro que el email que me mandaron tiene aspecto de haber sido hecho con la opción «combinar correspondencia» de Microsoft Word) para que pague. Y a tirar millas.
No seré yo quien desanime a los noveles, pero cuando uno ve semejante desastre en forma de novela, se llega a la conclusión de que eso de la coedición «sincera» o «legal» no es más que una falacia.
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